sábado, 5 de enero de 2013

a los reyes les pido..., que se vayan

Pocas cosas más pediré este año, que mi confianza en vuesas majestades ha ido a menos desde que me aflige la maldita sensación de que son parte esencial del motor de zanahoria y palo con el que mis enemigos hacen caminar al burro mundo. Aunque no sea menos cierto que, a pesar de estos pesares, siempre queda un somero resquicio de infancia entre las arrugas que surcan mi ajado muestrario de vida habida, ese que asomo a la ventana indiscreta de mi DNI, justo al lado de una brizna de ingenuidad escondida entre las canas que peino con dolor desde que un pinzamiento en la zona del omóplato derecho me trae frito.

Lo primero que pido a los reyes en esta carta mágica para una noche mágica es que se vayan. Que nos dejen en paz. Que se larguen con lo puesto, como les trajo Franco, una mano delante y la otra atrás, protegiendo las vergüenzas que ignoran tanto los viejos como los deudos. Que se vayan pero bien lejos, no sea que toque pedirles cuentas cuando acabe al fin esa inmunidad sobrevenida en patente de corso para provecho sin vergüenza de los tan inmorales.

No pido que les acompañen los rajoys y cospedales porque no deseo perderme el placer de echarles, que es lo que podríamos hacer si se cumpliera mi tercer deseo vehemente: un tsunami de todas las mareas.

En el ámbito menor, el que se me debe por la copita de anis y el polvorón superviviente, solo una pizca de honradez, que haya siempre algo en el puchero y que me quieran las y los que quiero. ¡Ah!, y un gobierno ciudadano para mi Rota del alma, aunque eso mejor os lo pido el año que viene.

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