viernes, 28 de noviembre de 2008

exilio

Hace pocos días me preguntaba mi chica si no echaba de menos Madrid. Era curioso, porque la misma pregunta me la acababan de hacer, en un corto intervalo, una amiga y un amigo, de modo que solo se me ocurrió irme al baño y auscultar mi cara ante el espejo. Nada. Por mucho que buceé en el fondo de los ojos, en las arrugas que ya blandean mi gesto y en las comisuras ocultas tras esta barba sempiterna, no encontré en mi gesto nada similar a la nostalgia. ¿A qué respondía, entonces, tan sospechosa coincidencia? De la época del materialismo dialéctico colegí que las coincidencias no existen, que toda reiteración expresa algo y esconde un oculto significado. Así que me repasé la jeta de nuevo, con vista de lince, caladas esta vez las gafas de ver, pero tampoco. Acaso creí vislumbrar en ella alguna nota aunque me pareció discordante, dirigida justo en sentido contrario al de lo que pretendía encontrar. Aprecié retazos de serenidad, apuntes de calma, aires de bienestar e incluso me pareció advertir, juguetona y fugaz, la cadencia morbosa (ahora sí, ahora no) con que bailaba la samba en mi entrecejo un algo parecido a la felicidad.

Sin embargo, acabo de leer en el correo electrónico las páginas de una revista que me envían regularmente y he encontrado en ellas dos eventos por los que sí me hubiera gustado seguir en Madrid. Tal vez allí hubiera podido enterarme previamente de sus convocatorias para personarme después, he pensado. Me habría encantado entonces desplazarme al Teatro Principal de Zaragoza para participar calladamente en el homenaje que, por fin, mis paisanos le han rendido al abuelo Labordeta y hacerle en nuestra tierra un rato de compañía, aprovechando que todavía está vivo. Y habría podido plantarme en la Sociedad de Autores para presenciar la salida a la luz del libro DE CHICHO, publicado por Hiperión en compañía del amigo Jesús Munárriz, su editor culpable, Alberto Pérez el mandrágoro o el eterno Moncho Alpuente. De siempre he adorado al genial Sánchez Ferlosio, con quien compartí galería en la cárcel de Carabanchel y canciones y desatinos en aquellos días franquistas de cervezas y siemprevivas, a quien dediqué una entrada añorosa hace justo un año por estas fechas.

Pero luego he pensado que seguro que no me habría enterado, aún estando en Madrid, que ninguna invitación habría llegado a mi correo, exactamente como ha ocurrido, y que parece bastante improbable toparse de manos a boca, en cualquier rincón de la capital, con alguno de los que me podrían haber invitado a ambos eventos y no se han acordado de hacerlo para que me dijeran, en un arranque de espontaneidad, algo así como: "Coño, Antoñito, estamos organizando la presentación del libro sobre Chicho... (añádase lo que proceda) y hemos pensado que tu no podías faltar, y tal y tal", sobre todo si seguía yo saliendo tan poco como antes de venirnos, así que les he escrito una nota en la revista para quedarme tranquilo.

Después de hacerlo, mi mente ha regresado a mi apacible exilio tan contenta y aquí sigo como ella, feliz, seguro de no haberme perdido nada que mis sentimientos no hayan disfrutado antes.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

semen

Lo leí ayer y se me pusieron los pelos como escarpias, aunque ya me coscaba yo algo así. Ahora está confirmado, gracias a un sesudo estudio. (Escribo sesudo porque es un adjetivo paraguas, protector, sin el cual un estudio cualquiera se queda en nada. Si le añades sesudo, palabro que jamás utilizarías en otra dirección, quedan confirmados su naturaleza indiscutible, sus nobles orígenes, su autoría benemérita e incluso su credibilidad científica, para que luego se ande por ahí discutiendo acerca de la ineficacia del adjetivo calificativo). A lo que íbamos, el caso es que resulta ya indiscutible (merced al jodío estudio de marras) que el semen de los españoles es de lo peorcito de Europa si nos atenemos a las características de volumen, movilidad y concentración que al parecer son las que definen la calidad de este producto en particular. Confieso que, la última vez que me lo vi, me pareció sin embargo muy concentrado, pero a lo mejor es que estoy mayor, o que andaba él pensando en sus cosas, sobre todo en su ineludible destino -me imagino-, o que yo resulte una excepción en toda regla, aunque tal vez mencionar aquí la regla no sea lo más oportuno.

El caso es que, puestos a comparar, mal que a algunos nos enseñaran de niños que comparar estaba feo, aunque puede que sea disculpable en este caso porque, os recuerdo, se trata de un estudio sesudo, y a estos se les permite todo, comparando, retomo, resulta que en esa calidad estamos muy por abajo del ranking, penúltimos o así, a años luz de sémenes pujantes y retozones como los noruegos, según admiran los estudiosos porque yo no he visto ninguno. Ya me lo coscaba yo, decía antes, aunque debí decir que ya me lo temía. Tantos años de masturbación no han podido ser buenos para la salud de nuestras gónadas, aunque sea de subrayar que, empero, de vista nos encontremos fenómeno por ahora, contradiciendo las febriles, vibrantes y apocalípticas anatemas del padre Samuel sobre la ceguera como conclusión inevitable a nuestras adolescentes e incipientes (aunque ya abundantes) prácticas onanistas.

En cambio, prosigue el estudio, nuestro semen patrio resulta, paradójicamente, de los más productivos del continente, situado a la cabeza de los proclives al aquí te pillo, aquí te mato, los campeones de Europa en embarazar a cualquier prójima casi sin rozarla, a vuelapluma, en un pispás, en un suspiro... Malo, pero cumplidor. Torpe, pero certero. Parece una maldición bíblica: eyacularás con avaricia y preñarás con eficacia. Seguro que es culpa de Franco esa escasa movilidad de nuestros perezosos gametos, condenados por la impuesta represión sexual más a las salvas que a la pelea pero menos a disfrutar del escarceo que al cumplimiento de un deber sagrado. Sospecho, incluso, que él personalmente, liberado por la edad de obligaciones maritales más creativas, hubiera podido dedicar buena parte de su sueldo, (equivalente a 43.000 euros mensuales, según acabo de leer, que se dice pronto), a desarrollar su adorado programa para proteger a la familia numerosa mientras, con la otra mano, azuzaba a los obispos para acabar con el sexo improductivo en nombre de su dios y la decencia.

Así nos luce, a estas alturas..., el semen.

sábado, 22 de noviembre de 2008

más de lo mismo

Lo que os quería contar el otro día era el proceso que concluyó con la destrucción de mi disco duro, no tanto para explicar las inopinadamente distantes y tartamudas apariciones de nuevas entradas que últimamente afectan a este blog como porque su origen me parecía y me sigue pareciendo un puñetero paradigma. Me explico.

La cosa viene de un antivirus que tenía instalado a prueba y que hasta el momento se comportaba tal y como de uno de su clase se espera. Se llamaba AVG (escribo en pretérito porque duerme desde ahora para mí el sueño de los in-justos) y la cosa iba tan bien en nuestra relación que hasta le permití actualizarse solito, como si fuera mayor. Craso error. De golpe, en una de esas actualizaciones (y con nocturnidad, que estaba programado a las tantas) le dio por interpretar como infecta a una pobre, inocua e inocente extensión del sistema operativo, concretamente una que dice ser y llamarse user32.dll. Hacendoso como él solo, el ínclito me asegura haber descubierto un troyano nombrado asín y, acto seguido, ausente cualquier información complementaria, me pregunta (qué gran invento lo de los cuadros de diálogo, algunas veces) si deseo mandarlo al limbo (el programa lo llama cúpula o algo así, ya ni me acuerdo) a lo que le respondo que bueno, que vale, que él mismo, que me alegro y que me deje en paz con sus impertinencias, que no me interrumpa a cada paso y que haga su trabajo como es su obligación. O marqué una casilla afirmativa, vete a saber, pero esa era la filosofía.

Olvidado el gesto, seguí en lo mío, que es lo vuestro y nunca mejor dicho porque estaba escribiendo una entrada, hasta que mi chica tocó el silbato de la cena preguntándome aquello de ¿qué te apetece cenar? que yo interpreto siempre como "deja de escribir, maldita sea, y haz algo de provecho o vente a hacerme compañía o las dos cosas...", así que quise dejar la máquina en suspenso y ya ahí, ante su manifiesta desobediencia a tan sencilla como habitual orden, supe que las cosas no iban por do solían y debían. Harto de tanta indisciplina, le quité la vida. Lo apagué y me fui a preparar la cena o a poner la mesa, que una cosa es estar preocupado y otra arriesgarse a estarlo más, con el run-run (otros lo llaman come-come, pero me parecía reiterativo e inutil antes de cenar) revoloteando por mis interiores a manera de alarma sonora y multicolor, que los adentros de mi cerebro parecían una feria. Augurios y malos auspicios que se confirmarían luego, como ya sabéis, con su terca negación a arrancar de cualquier forma o modo.

Pensándolo luego, a toro pasado, creí ver en este sucedido un paradigma de la sociedad en que vivimos y más aún de aquella hacia la que nos dirigimos. El uso de los ordenadores, la progresiva dependencia de ellos ad-infinitum, sospecho que dirigida, manipulada, perseguida y conseguida por quien corresponda, la creciente e imparable espira tecnológica (¡hala!) de nuestras necesidades y costumbres nos está abocando a convertirnos en seres inermes y reduce por consiguiente nuestra sociedad avanzada a una mera suma, sobre todo a efectos estadísticos, de indivíduos multidependientes.

Como un inmenso sarcasmo, bajo la apariencia de lo opuesto, agitando hasta la ceguera las banderolas de la libertad máxima, alguien está consiguiendo que formemos parte de un silente ejército de clones ciegos y aislados. Pertrechados todos de poderosas máquinas (pagándolas encima, ¿eh?, comprándoselas) que ellos mantienen por siempre en sus manos y de las que disponen a su antojo como si constituyeran las células de un viscoso organismo inmenso y obediente, unido entre sí por redes de neuritas, nosotros mismos alimentamos y desarrollamos los axones vinculantes que potencian hasta fuera de cualquier límite el alcance todopoderoso de la máquina única capaz de funcionar a su antojo cada vez que lo precisen sus intereses. El sistema y la red, el qué y el cómo, el what y el how.

¿Cuál será la tercera uvedoble real de la máquina? ¿Why? ¿Para qué?

viernes, 14 de noviembre de 2008

la confianza

Con los ordenadores hacemos continuamente cosas que nunca nos permitiríamos en ningún otro aspecto de nuestra vida. En casa, por la calle, con los amigos o la familia, jamás se nos ocurriría reiterar hasta la saciedad acciones tan arriesgadas como depositar toda nuestra confianza en algo que desconocemos hasta depender de ello. Pocos de entre nosotros (si descontamos acaso al amigo don Pedro, y aún siquiera...) tenemos algo más que una muy somera idea de los procedimientos, métodos, elementos, características, posibilidades o riesgos que asumimos al sentarnos ante un ordenador conectado a la red y, sin embargo, lo usamos a troche y moche sea para escribir secretas e incendiarias epístolas a los/as amantes, traficar en cuentas corrientes, esconder intimidades que enrojecerían a un carretero, piratear lo que se pueda, detallar escrupulosamente diarios tan privados como inconfesables, visitar pornografía de alto voltaje, suscribirse a páginas de pensamiento tan dispares como contradictorias..., y no sigo porque es inútil concretar los límites del mar, con lo que el cúmulo de peligros y riesgos se eleva a la enésima potencia.

Lo sé porque acabo de sufrir una experiencia memorable en el curso de la cual he padecido el dudoso mérito de sumergirme y navegar por las profundidades vírgenes de mi portátil, coquetear con la BIOS, repasar las decenas de miles de archivos, scripts, extensiones, aplicaciones o xxxxxxx de tan ignota procedencia como desconocida utilidad que pueblan los entresijos de una máquina a la que cualquiera puede poseer a distancia para violarla con su sexo sutil y viscoso, o clonar en su desnuda integridad sobre su recóndita pantalla u obtener una precisa y lasciva información de todo lo que tecleas y hasta refocilarse como voyeur de tu privada webcam, todo ello ladinamente, sin dejar huella, o al modo soberbio riéndose en tu cara.

He visitado los infiernos y testado los peligros concretos a los que exponemos todos los días nuestra intimidad por el puro gesto de encender un aparato y manejarlo como si fuera un microondas. Nunca la diferencia de conocimientos ha generado tanta indefensión. Jamás ha existido, creo, una distancia tan grande entre el común de los mortales, llamados usuarios, y la clase tecnológicamente avanzada. Si a esto le unimos que ética y moral son conceptos ignorados tanto por los hackers privados como por los fabricantes de tecnologías, el resultado que arroja esta perversa ecuación es que tu y yo estamos en manos de ellos, nuestro culo en un columpio y las entrañas al aire. Cosa que acabo de escribir a modo de aviso de navegantes aunque lo que os quería contar era otra distinta. Vaya, de todos modos, esto por delante a modo de prólogo.

lunes, 10 de noviembre de 2008

el canto del cisne

El domingo murió Miriam Makeba nada más terminar de cantar. Murió enfadada, tragando quina, porque los organizadores le habían hecho intervenir al final de un largo concierto colectivo y a esas horas buena parte de los asistentes se había largado del patio de butacas dejándola plantada. Sólo unas pocas docenas de fieles aplaudían al elenco de participantes cuando la gran dama sudafricana hizo mutis definitivamente sobre el escenario, al viejo estilo, como hay que hacer. Qué mala pata, pata. Vas solidaria a un concierto contra la Camorra, en apoyo al escritor Roberto Saviano, amenazado de muerte por la mafia y no sólo te programan de las últimas, sino que a los que montan el escenario les chantajea la Camorra o la 'Ndrangheta calabresa para que paguen el impuesto (pizzo) pertinente, vaya sarcasmo, y encima eres tu, con tu fiebre a cuestas, la que va y se muere sin pena ni gloria. "Me habéis hecho esperar demasiado tiempo, y ahora ya no queda nadie", dicen que dijo a modo de prosaico epitafio. La eterna embajadora de las chabolas de Johannesburgo, exiliada de su país por su lucha contra el apartheid durante 30 años, la primera mujer negra en ganar un Grammy, la primera también en establecer simbólico vínculo de matrimonio entre el continente madre y los Panteras Negras norteamericanos, la tantas veces vanguardia..., paradójicamente afectada hasta el definitivo adiós por ser de las últimas.

A los 76 años se ha ido a patear las verdes praderas aquella mujer que apareció por sorpresa en los guateques de mi generación y lo ha hecho en unas condiciones que por su contenido surrealista resultan el más eficaz paradigma de las contradicciones en las que se mueve este loco mundo que transitamos. Ha sido el suyo el más genuino canto del cisne. Cantar para morir. El mismo día, un centenar de africanos intentaron romper las puertas de Europa con palos y piedras y tres guineanos pagaron con su vida en el Hierro el precio de su pasaporte al bienestar.

Cisnes negros de Mamá África que mueren mudos todos los días.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

la noche americana

Ha sido curioso cumplir años en mitad de la campanada electoral por la que los americanos del norte se han puesto de largo. Parecía que los hados se hubiesen empeñado en condimentar ese magno espacio y adosarlo a mi celebración personal, como si la esperanza del cambio en el país referencia del mundo mundial se arrimara a este rincón que habito, ahora azotado por los fríos resoplidos de un mar embravecido y oscuro, para aportar dimensión histórica a lo que cada año concebimos mi mujer y yo como una fiesta íntima. La televisión e Internet crepitaban previsiones vestidas de noticias cuando dieron las doce y recibí de frente la mirada enamorada de mi adorada, precediendo un beso de los que crujen el sentío y un hermoso reloj de pulsera que tampoco estaba mal. Emocionado por la sucesión de acontecimientos que acongojaban mis delicados adentros, me fui a bajar la basura, que había iniciado, acaso para unirse a la juerga, su particular revolución orgánica. La poesía, es que me puede.

Di un breve paseo luego para asomarme al mar y por un instante me pareció que Truffaut hacía de las suyas o que había bebido de más porque me vino a la mente un flash vívido y claro, se iluminó la escena y pude contemplar ante mis ojos el abigarrado esplendor de la playa en agosto. Luego, todo volvió a su normalidad oscura, lo que no tiene nada de raro porque eran las tantas de la noche. Había sido como el efecto cinematográfico de aquella vieja película, aunque por desgracia no apareció en el fogonazo ninguna dama siquiera parecida a Jacqueline Bisset, o como si la cámara de mis ojos hubiera adoptado por un segundo el celuloide trucado que hace de la luz sombras y noche del día.

Subiendo en el ascensor me froté los ojos tan fuerte que vi lucecitas de colores. Eran los colores de las barras rojiblancas y las luminarias me parecieron estrellas por lo que entendí el fenómeno como una premonición y supe en aquél momento, con toda certeza, que las elecciones iban a dar cumplido final a la larga noche americana, ¿cómo se dice?, ¿cómo se llama? Obama.

El hombre hará lo que pueda, o lo que le dejen los lobbys, pero para mí su sola presencia en la Casa Blanca ya es una satisfacción bastante. Con la seguridad de esa reconfortante certeza nos fuimos a la cama y retozamos como quinceañeros. A las seis menos cuarto me arranqué del arrullo y fui a comprobar en la tele que todo iba conforme debía. Eran menos diez cuando me adosé de nuevo a los calientes costados de mi bella durmiente con una sonrisa que sólo desapareció, imagino, cuando me volví a dormir tan tranquilo...

lunes, 3 de noviembre de 2008

felicidades

No sé si es mejor decir que se acerca o que se cierne sobre mí la fecha de mi cumpleaños, porque me debato entre la adjetivación y la objetividad. Hasta que el subjetivismo obligado en esto de los blogs se impone y elijo ahora decantarme por la primera opción. Amenaza en lontananza, decía pues, el día de mi aniversario y me voy a felicitar por ello pese a que su evocación apareja automático el recordatorio, excesivamente preciso, de la cantidad de años que llevo (al menos en esta encarnación, la única que concibo o que recuerdo) pisando estos lugares, primero en brazos, luego sobre ruedines, después en taca-taca, más tarde a pata y final y ya definitivamente sobre ruedas. Serán pasado mañana cincuenta y nueve años, a saber más de tres mil semanas y cerca de 21.535 días, ahí es nada, a pesar de que un amigo muy chuleta que tenía me repitiera con gracia, hace ya más de una década, que aparentaba dos días menos, y quisiera creer que sigo en ello.

Si éste fuera el mundo del río me importaría menos cumplirlos porque en cualquier momento podría renacer orilla abajo en medio de cualquier otra bandería, pero hasta donde yo alcanzo las divertidas elucubraciones del genial Phillip José Farmer no son aplicables al caso por lo que llegado este momento en el que es tradición echar la vista atrás y reconocer el camino recorrido me pongo a ello con entusiasmo digno de mejor causa. No creáis, no, que lo voy a hacer ante vosotros. No os merecéis esta tortura, porque sois buenos y me visitáis con constancia no exenta de paciencia, permitiéndome dislates y sonriendo incluso de media anqueta, a veces, ante mis divagaciones de verbosidad excesiva.

Si acaso, con vuestra anuencia, sí me gustaría haceros partícipes de alguna de las cosas que más lamento no haber hecho, o no haber hecho bien, o no lo suficiente, cuando las repaso desde mi punto de vista actual. Más me importan éstas que lamentar lo que haya roto en el trayecto o llorar por las cosas mal hechas, tanto porque se me da de miedo pegar los pedazos como porque resulta definitivamente imposible, como cualquiera comprende, hacer tortillas sin cascar los huevos (sin pelar patatas sí que sé hacerlas, algo es algo).

Pecho a lo hecho, que es invariable, me preocupa más lo que no hice y hubiera debido hacer, que es de lo que iba esta entrada. Resumo y concreto algunas de entre las confesables. Leer mucho más. Cruzar el charco. Mimar mi memoria. Aprender a navegar. Montar a caballo. Viajar sin medida. Saltar la banca. Ponerme detrás de una cámara. Hacer guiones para televisión. Llevar boina. Tatuarme en la espalda un fragmento de La rendición de Breda (toda no cabe). Presentar un telediario. Vivir un año de anacoreta. Reír a carcajadas. Montar en globo. Vivir en París el mayo del 68. Volar en helicóptero. Cantar bien. Acertar una quiniela. Cocinar el mejor couscous. Montar una buena orgía. Correr en moto. Hacer en pelotas el descenso del Vero (valen zapatillas). Leer mucho mejor. Componer un gingle. Saltar en paracaídas... ¡Ah!, se me olvidaba: y aprender a escribir. Cuando me acuerde de otras os lo haré saber.

Nota: Observad lo brillante que parecía ese niño para cómo resultó de mayor.