sábado, 2 de junio de 2007

cosecha roja

Seis mujeres muertas en España en una semana. Jóvenes de diecisiete o con la cincuentena bien pasada. De aquí o de muy allá. Un ominoso charco de sangre en el suelo, un enajenado suicida en compañía, a veces, no siempre, un dolor inesperado y radicalmente injusto, arrojan como balance el rojo fruto de la independencia, el alto precio de unas cadenas rotas.
Porque la apenas estrenada libertad de la mujer, no siempre gestionada por ella sin agresividad ni ánimo de daño, (¿pero, por qué no?), entró en conflicto con la ley de siempre, con el aprendizaje de siglos incrustado en los genes, defendido otrora por religiones o cultos y ahora escandalizados, contradicción insuperable sin la pócima de la comprensión o el emplasto de la cultura. La maté porque era mía…
En este rompeolas de otros orígenes, con la necesidad a flor de piel y el desarraigo clavado en el alma, día a día, son más plausibles quizá arrebatos que conducen al drama que no tiene marcha atrás. Acaso, pero no nos vale para quienes, de aquí o de muy allá, han mamado en España una educación igualitaria supuestamente asumida, desde hace más de treinta años. ¿O va a ser que no? ¿O va a resultar que, ante la debilidad con que se defiende en nuestra democracia lo esencial, se sigue imponiendo la tosca necedad de los privilegios seculares? También nos ponen bombas de odio los hijos de la democracia.
Con qué ligereza se educa en España. Con qué falta de sensatez y sensibilidad se diseña nuestro futuro. Cuánta debilidad, cuánto error de concepto, educación para la ciudadanía en una asignatura, objetable, para no impregnarla en cada mensaje.
Tarde y mal, muy mal, ¡qué mal lo estamos haciendo!

Nota: Gracias, Dash, por prestarme tu título.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo que asusta además es la extremada juventud de algunos de estos cabrones.